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Recuento de un

   VIAJE

“Percibía un gran mandala en todas partes. En los árboles veía cómo penetraba el ritmo de la música. Un haiku podría mostrarlo mejor. Era el vértigo de las ramas expandidas sobre las nubes que despedían patrones en el oscuro trémulo vacío que se desplegaba constantemente. Ese vacío era el mismo que cargaba en el vientre y se expandía en energía material bombeada por la respiración y la circulación por las venas. La espacialidad dejó de fundarse en un sentido. El tiempo se fundió en un mar indivisible. Resultaba asfixiante no permitir que hálitos de conmoción se soltaran esporádicamente ¡ah! no era posible retenerse, había que suspirar como todo ahí al frente lo hacía sin cesar. También era necesario soltar el cuerpo, mover en ondas las extremidades y abrir el pecho para aliviar un poco la vasta sensación abrumadora de percibir tan nítidamente la configuración de tantas cosas, desnudas en su comprensión. En palabras de Alberto Caeiro:

 

«Pensar uma flor é vê-la e cheirá-la

E comer um fruto é saber-lhe o sentido.»

 

Cada visión palpitaba euforia. Me permití sumergirme en la felicidad extática de la belleza de aquella conexión, de la leve capa de energía que cubría todo formando figuras geométricas intrínsecas a la materia; estaban ahí, fácticamente, eran algo tangible, concreto, claro como el agua cristalina y oleoso como un cuadro de Van Gogh.

La noche eferveció como “Campo de trigo con cuervos”. Era profundamente conmovedor y me envolvió un sentimiento de incomprensión; no entenderse no ajeno, no dividido, es extremadamente intenso, comprender una verdad que siempre está, mas velada por montoncitos de arena. Por la columna me subía cierta tensión sin ser propiamente angustia. Era la saturación que implicaba el estar ahí, fumando y contemplando, nada ajetreado ni especial. Era la vuelta de tuerca drástica, como un golpe abrupto, ¡sustancialidad! De repente todo me encontraba develado, vívido y sublime, ¡sustancialidad! Sentí tanto amor por la divinidad que yacía en todo. La palabra se autoredactaba con un sentido gramatical impecable, pero era algo lerda, había perdido el valor que con tanta insistencia habíamos buscado darle antes. Leer era tirarse a una puesta en abismo y no poder atrapar nada mnemónicamente. Todo lo previamente establecido, sistematizado como útil se nos reveló absurdo e innecesario. Incluso las necesidades físicas que creíamos tan básicas eran prescindibles. Tomamos té por calmar un poco las ansias, tomamos por no golpear súbitamente a nuestros cadáveres mal acostumbrados con un cambio tan drástico al cese. ¿La hora? El simple vocablo era idiota. Estábamos juntos siempre y paseábamos y formábamos nuestro propio mandala, libremente. Las ideas circulaban paralelamente a los astros, la música envolvía de la misma manera que el viento y la oralidad era indiferenciable de lo cognitivo. ¿Qué es la configuración sagrada? La niebla celeste se destapa y revela una uñita luminosa acostada, esa Luna, suena por fin el vozarrón de The Great Gig in the Sky. No existe la coincidencia.

 

Recordé lo inmemorable, plasmé vulgarmente, reduje a la secuencialidad la carne viva."

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